La primera obra firmada por una mujer es un manuscrito del siglo X en colaboración con otro monje varón. Los conventos en Europa fueron hasta el siglo XI lugares de aprendizaje bajo las órdenes de una abadesa, pero con la llegada de la reforma gregoriana y el feudalismo la mayoría de los conventos pasaron a ser dirigidos por hombres y las monjas perdieron poder.
En
el siglo XII algunos gremios de artesanos comenzaron a admitir a las mujeres
viudas capaces de cubrir el puesto de sus maridos.
El problema es que, si se necesitaba la firma del artista, la mujer que había realizado
ese trabajo no podía poner su nombre ya que estaba vetado a las mujeres, por
tanto, firmaba el maestro.
En
el Renacimiento empezó a mejorar la situación de la mujer y había algunas de
ellas que estaban en talleres instruidas por artistas, principalmente porque
eran hijas de otros artistas, pero la mayoría decidía casarse en lugar de
llevar a cabo su labor como artista.
Algunas
artistas de éxito se convertirán en damas de la corte con reputación
internacional y mantendrán contacto con otros artistas, pensadores y nobles muy
influyentes en su época.
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